Sombra

martes, 31 de agosto de 2010


Bebí tu sombra
y la luz no estaba.

El tristísimo sol de los ocasos
lamí en tus manos.

En la boca sorbí
la amarga escarcha azul
de los romeros.

Y la luz no estaba.

Luces de lubricán

domingo, 29 de agosto de 2010


"La rubiana de los versos siguientes se refiere, muy particularmente, a la que sucede en los ocasos. 
A ésta la llaman también 'Gloria de Dios' y 'lubricán' (vocablo compuesto de 'lobo' y de 'can'). 
Francisco Álvarez Velasco. Noche.

De repente en las aguas, la sirena.
Y la luz de las ocho arde un instante,
como si fuera el tiempo diamante
que lanzara los rayos en la arena.

Ya se aleja hacia el norte y la cadena
de la luz se deshace. Ella, triunfante,
avanza hacia la noche, fulgurante,
mientras queda en la orilla la condena

de no saber si fue un sueño glorioso
el blanco cuerpo grácil, la mirada
suplicante de amor, la mano abierta

al horizonte en llamas poderoso,
cuando la tarde cae y en la desierta
playa suena sombría marejada.



La savia lenta


La sábana de hojas
en harapos regresa hasta la tierra
y envuelve las raíces
para abrigar el jugo que se duerme.

Arriba queda el nido
como tu corazón destartalado
en la niebla de otoño.

Esperas aterida
la noche de diciembre
sin pájaros ni cantos.

Bajo la costra dura
las lombrices
trabajan silenciosas para el árbol.

"La tarde casi noche" de Antonio Machado

viernes, 27 de agosto de 2010
Balada de los amantes al caer la tarde,
 el poema inicial de Noche, en la caligrafía de su autor.
Ilustración de Cecilio Testón


"La tarde casi noche" de Antonio Machado*

Los últimos vencejos revolotean
en torno al campanario;
los niños gritan, saltan, se pelean.
En su rincón, Martín el solitario.
¡La tarde, casi noche, polvorienta,
la algazara infantil, y el vocerío.
a la par de sus doce en sus cincuenta!

Así se inicia el penúltimo poema recogido por A. Machado en sus Poesías completas. Con el sintagma “La tarde, casi noche”, sin recurso retórico alguno, el poeta señala un fragmento del fluir temporal diario, indudablemente uno de los motivos poéticos más machadianos.
Junto a “ocaso” y “crepúsculo” (palabra que tanto vale para marcar la frontera entre la tarde y la noche, como la que separa la noche de la mañana), el diccionario registra algunas voces de significado próximo: “oscurecer”, “atardecer”, “atardecida”, “anochecer”, “anochecida”... Son palabras que tal vez estén a punto de perderse por culpa del feo neologismo “tardenoche” que desde hace años viene acuñado por el lenguaje periodístico.
El sufijo –ecer expresa proceso, transformación o cambio de estado: el panta rhei (“todo pasa”) heraclitano, tan de Machado y de sus complementarios, tiene su comprobación subjetiva en ese tiempo. Frente a las lentas horas de la siesta, por ejemplo, cuando el tiempo no parece moverse, el atardecer fluye con celeridad. La contemplación machadiana de ese tiempo fugitivo, cuando el camino “débilmente blanquea, se enturbia y desaparece”, es recurrente y su poetización suele coincidir con el clímax de muchos poemas. Y con varias focalizaciones: Una es el horizonte del oeste, cerrado por colinas, alcores, montañas, sierras...; otras son las realidades más cercanas al sujeto poético: el camino por donde avanza el viajero, los cristales del balcón cerrado, el espejo y, siempre, el estado anímico o la subjetividad emotiva del poeta.
Pero sigamos al hilo de los poemas. En el primero de Soledades –“El viajero”— la cuarteta inicial dice:

Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde, tras los húmedos cristales,
se pinta, y en el fondo del espejo.

“La tarde se pinta”: Antonio Machado, aunque “prefiere lo vivo a lo pintado”, se sirve a veces de imágenes plásticas, y sus versos adquieren los modos de un cuadro de paisaje. Aquí el tono de melancolía que envuelve el poema se subraya con la nota del reflejo de las luces del ocaso en el espejo de la “sala familiar, sombría”. El poema recuerda uno posterior —“Fantasía iconográfica”— donde algunos críticos quieren ver la descripción poética del retrato del Cardenal Tavera del Greco, al que el poeta sevillano ha puesto un paisaje soriano muy de sus querencias:

Al fondo de la cuadra, en el espejo,
una tarde dorada está dormida.

Siguiendo con Soledades, Galerías y otros poemas, ¿cómo no atender a las cuartetas más conocidas, tal vez, de la poesía española de todos los tiempos? Me refiero al poema que empieza “Yo voy soñando caminos”. La tarde casi noche es ante todo una ligera pincelada, nuevamente con el adjetivo “dorado”, pero ahora aplicado no a la tarde, sino a las colinas que recogen los últimos rayos del sol:

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...

Y después una metáfora léxica: “la tarde cayendo está” y el proceso del ocaso en su incidencia en la percepción del camino:

y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece

Muy distinto es el ocaso del poema XIII:

Hacia un ocaso radiante
caminaba el sol de estío,
y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante
tras los álamos verdes y las márgenes del río.

Angélica o no esa trompeta, Antonio Machado introduce aquí la imagen de la “gloria”, término que en la arquitectura de la catedral gótica coincide con el lugar del rosetón de la fachada oeste, donde se abren, precisamente, los pórticos de la gloria, y que en la terminología de la pintura significa «Rompimiento de cielo, en que se representan ángeles, resplandores, etc.» El crepúsculo envuelve a la ciudad en un mágico “fanal de oro transparente” y los arreboles coronan las colinas manchadas con lo grisáceo de los olivos y lo negruzco de las encinas. Ante una belleza tal, el poeta expresa su finitud mediante dos versos con ciertas resonancias de Pascal «de este rincón vanidoso, / oscuro rincón que piensa»–.
En el poema XV, el sol que muere se focaliza por vez primera en los balcones y sus reflejos preparan el ambiente para la aparición en un típico mirador andaluz de una figura femenina soñada o recordada o real (“el óvalo rosado de un rostro conocido”). El poeta —¿rondador, amante platónico secreto?— se aleja apesadumbrado (“Pesa y duele el corazón”). Y también por vez primera la presencia de Venus, el lucero vespertino, con el que termina el poema: “En el azul, la estrella”. En otros lugares es “lucero diamantino”, “lágrima en el azul celeste”, “estrella clara”.
En el poema “Horizonte” (XVII), la “gloria” termina en sangre:

La gloria del ocaso era un purpúreo espejo,
era un cristal de llamas, que al infinito viejo
iba arrojando el grave soñar en la llanura...
Y yo sentí la espuela sonora de mi paso
repercutir lejana en el sangriento ocaso,
y más allá, la alegre canción de un alba pura.

Las campanas, con el toque del ángelus vespertino, o tal vez, mejor, con el toque de ánimas o el que convoca al rosario (ya irán a su rosario las enlutadas viejas - XCVIII) acompañan el apagarse de los arreboles (XXV):

¡Tenue rumor de túnicas que pasan
sobre la infértil tierra!...
¡Y lágrimas sonoras
de las campanas viejas!
Las ascuas mortecinas
del horizonte humean...
Blancos fantasmas lares
van encendiendo estrellas.
—Abre el balcón. La hora
de una ilusión se acerca...
La tarde se ha dormido
y las campanas sueñan.

Sueñan las campanas o la tarde o el yo poético: a las personificaciones del atardecer acompañan en notas impresionistas diversos elementos contextuales, como los cangilones de la noria o las campanas.
Así en el romancillo donde se cuenta la historia de la hermanita, pequeña y rosada, que cosía y que un día miró a la ventana del poeta. La mayor anuncia su muerte con estos cuatro versos:

Señaló a la tarde
de abril que soñaba,
mientras que se oía
tañer de campanas.

O la estatua de Cupido en la fuente, como en este sobrio e impresionante poema:

Las ascuas de un crepúsculo morado
detrás del negro cipresal humean...
En la glorieta en sombra está la fuente
con su alado y desnudo Amor de piedra
que sueña mudo. En la marmórea taza
reposa el agua muerta. (XXXII)

Metáfora persistente es la de la hoguera mortecina:

La tarde está muriendo
como un hogar humilde que se apaga.
Allá, sobre los montes
quedan algunas brasas.

En ocasiones la idealización se logra mediante imágenes religiosas:

(XXVII) La tarde todavía
dará incienso de oro a tu plegaria...
Y en otro poema (LI)
Lejos de tu jardín quema la tarde
inciensos de oro en purpurinas llamas,
tras el bosque de cobre y de ceniza.

Con frecuencia el texto parece preparar un escenario para que funcione con fuerza un final desnudo de recursos literarios, pero pleno de sentimiento, como en el siguiente:

El sol que aturde y ciega,
tórrido sueño en la hora de arrebol;
el río luminoso el aire surca;
esplende la montaña;
la tarde es polvo y sol.
El sibilante caracol del viento
ronco dormita en el remoto alcor;
emerge el sueño ingrave en la palmera,
luego se enciende en el naranjo en flor.
La estúpida cigüeña
su garabato escribe en el sopor
del molino parado; el toro abate
sobre la hierba la testuz feroz.
La verde, quieta espuma del ramaje
efunde sobre el blanco paredón,
lejano, inerte, del jardín sombrío,
dormido bajo el cielo fanfarrón. 
......................................................
Lejos, enfrente de la tarde roja,
refulge el ventanal del torreón. (XLV)

La presencia de la muerte confundida con la mujer misteriosa que funde sus pasos con el eco de los pisadas del poeta acompaña el declinar del día. El poema se titula «Los sueños malos» (LIV).

Está la plaza sombría;
muere el día.
Suenan lejos las campanas.
De balcones y ventanas
se iluminan las vidrieras,
con reflejos mortecinos,
como huesos blanquecinos
y borrosas calaveras.
En toda la tarde brilla
una luz de pesadilla.
Está el sol en el ocaso.
Suena el eco de mi paso.
—¿Eres tú? Ya te esperaba...
—No eras tú a quien yo buscaba.

¿Y la deliciosa soleá en que tanto se dice con tan pocas palabras?:

¡Y esos niños en hilera,
llevando el sol de la tarde
en sus velitas de cera! (LXVI)

El poema LXXIII está integrado por los más frecuentes motivos vespertinos de Machado: campanas, el atardecer visto pictóricamente, Venus y la ensoñación lírica —elementos todos ellos de suma levedad— frente a la pesadumbre arquitectónica de la iglesia.

Ante el pálido lienzo de la tarde,
la iglesia, con sus torres afiladas
y el ancho campanario, en cuyos huecos
voltean suavemente las campanas,
alta y sombría, surge.
La estrella es una lágrima
en el azul celeste.
Bajo la estrella clara,
flota, vellón disperso,
una nube quimérica de plata.

En 1937, en un texto sobre la filosofía de Heidegger, Antonio Machado nos da alguna clave del simbolismo de muchos de sus versos sobre la “tarde, casi noche”: «La angustia, a la que tanto han aludido nuestro Unamuno y, antes, Kierkegaard, aparece en estos versos —y acaso en otros muchos— como un hecho psíquico de raíz, que no se quiere, ni se puede, definir, mas sí afirmar como una nota humana persistente, como inquietud existencial (Sorge), antes que verdadera angustia (Angst) heideggeriana, pero que va transformándose en ella». Lo escribe a propósito del siguiente poema (LXXVII):

Es una tarde cenicienta y mustia,
destartalada, como el alma mía;
y es esta vieja angustia
que habita mi usüal hipocondría.
La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando, digo:
—Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.

Machado, tan parco siempre en el uso de los adjetivos, carga la mano aquí con tres preñados de negatividad: cenicienta, mustia, destartalada. En el poema LXXIX se espesan aún más las tintas existenciales:

Desnuda está la tierra,
y el alma aúlla al horizonte pálido
como loba famélica. ¿Qué buscas,
poeta, en el ocaso?
¡Amargo caminar, porque el camino
pesa en el corazón! ¡El viento helado,
y la noche que llega, y la amargura
de la distancia!... En el camino blanco
algunos yertos árboles negrean;
en los montes lejanos
hay oro y sangre... El sol murió... ¿Qué buscas,
poeta, en el ocaso?

Dice el refrán que el sol sale para todos. También se pone para todos. Para el buen burgués (que), en su balcón enciende / la estoica pipa en que el tabaco humea (XCI) y para los niños del hospicio provinciano (C) como en estos conmovedores alejandrinos:

Mientras el sol de enero su débil luz envía,
su triste luz velada sobre los campos yermos,
a un ventanuco asoman, al declinar el día,
algunos rostros pálidos, atónitos y enfermos.
a contemplar los montes azules de la sierra.

Y, finalmente, llegamos a Baeza. Por aquí, haciendo camino al andar, desde el tren o desde el carricoche tirado por dos pencos matalones, asistimos al redescubrimiento —o, con palabras del poeta, a los despojos del recuerdo— de Andalucía. ¿Qué aporta ahora el paisaje a la poesía de Machado? En el campo léxico, flora y fauna. Flora natural o cultivada: vides, ciruelos, palmeras, naranjales, el limonero polvoriento, nardos, espartales, albahaca, hierbabuena, alcaceles, cardizales, trigales, olivares, el ramojo de la poda... Unas pocas palabras para la fauna: borriquillos, yuntas tirando del arado, mariposas, un perro, una lechuza... El léxico del paisanaje tampoco es abundante: olivareros, braceros —los que generan, siembran y labran—: son las “buenas frentes sombrías / bajo los anchos sombreros”, en contraste con los de “amargo rezo”, con los de “la mano ociosa”... Y la insistencia en la configuración del paisaje con tres notas repetidas: los cortijos dispersos, los olivares en las lomas y una red de caminitos blancos...
Y, sobre todo, la tensión lírica se manifiesta en la contemplación del poniente. El campo andaluz, especialmente percibido a la hora del ocaso, le embrujó sin duda, tal vez porque, con versos de Antonio Carvajal, «No sabe qué es la luz / quien no ha visto estos montes de poniente.» En «Caminos» (CXVIII), uno de los poemas de Baeza, nuestro poeta sale de la ciudad tras las murallas viejas. Contempla la tarde silenciosa, se demora en la visión de los alegres campos baezanos: huertas, olivares, viñas, el Guadalquivir, los olmos de la carretera, la sierra, el viento, los caminos blancos en busca de los caseríos... En el centro del poema, la “tarde, casi noche”:, que ahora, en lugar del lucero diamantino del ocaso viene acompañada por una luna en plenilunio, jadeante y amoratada. El poema termina con el recuerdo punzante de Leonor: «¡Ay, ya no puedo caminar con ella!»
En una de las Viejas Canciones, nuevamente la luna, o con sus palabras “un albor de luna en el cielo azul”, es frontera de la noche:

Ya había un albor de luna
en el cielo azul.
¡La luna en los espartales,
cerca de Alicún!
Redonda sobre el alcor,
y rota en las turbias aguas
del Guadïana menor.
Entre Úbeda y Baeza
—loma de las dos hermanas;
Baeza, pobre y señora;
Úbeda, reina y gitana—,
Y en el encinar
¡luna redonda y beata,
siempre conmigo a la par!


Inquietud existencial —decíamos con palabras de Machado— antes que verdadera angustia, pero que va transformándose en ella. Con esta interpretación del simbolismo de “la tarde casi noche” quiero cerrar mis palabras. La angustia plena —la que nutre la conciencia de que el hombre es un ser para la muerte— la reserva para su complementario Abel Martín, si no nos equivocamos en la interpretación de su último poema, donde el ocaso le ofrece «un nihil de fuego escrito / tras de la selva huraña / en áspero granito».
Y sin embargo, el último verso, el que se encontró, después de su muerte, en un bolso de su gabán es muy de otro signo: «Estos días azules y este sol de la infancia.» Una rotunda afirmación de la vida, de que el hombre es también un ser para admirar la belleza de los días que suelen terminar en espléndidos atardeceres, como aquel que le sedujo aquí en Baeza: «esta tibia tarde de noviembre / tarde piadosa, cárdena y violeta.»
Baeza, 15 de diciembre de 2005


Francisco Álvarez Velasco


* Palabras pronunciadas por el autor al recibir el IX Premio Internacional de Poesía "Antonio Machado en Baeza"

Rubiana

Rubiana desde el Paseo de Antonio Machado en Baeza, el 16 de diciembre de 2005.

En el libro Noche, de Francisco Álvarez Velasco, leemos que...


"Según el Diccionario de las hablas leonesas, de Miguélez, la voz 'rubiana' procede del latín rubeus (rojo) y significa nube encarnada que en algunas épocas aparece al amanecer y puesta de sol. La rubiana, pues, acompaña el atardecer y el anochecer, dos términos tan próximos en definir una tierra de nadie que se extiende entre los mojones con que marcamos el fluir temporal, algo así como una frontera entre Dios y el Diablo.

"La rubiana de los versos siguientes se refiere, muy particularmente, a la que sucede en los ocasos. A ésta la llaman también 'Gloria de Dios' y 'lubricán' (vocablo compuesto de 'lobo' y de 'can'): Es la hora del lubricán / acecha el mochuelo en el pino, / el bandolero en el camino, / y en el prostíbulo Satán. (Valle-Inclán)".

Con Noche, su autor obtuvo en 2005 el IX Premio Internacional de Poesía "Antonio Machado en Baeza". La fotografía es la rubiana del día siguiente a la entrega del premio, y en ella la madrugada y el  crepúsculo y la luz azul de esos sueños en los que caminamos a veces y que a veces nos vuelven a encontrar. (MGE)



Ahora miras el mundo

lunes, 23 de agosto de 2010





2


Ahora miras el mundo.
El mundo, que amanece vacío de señales.
Por sendas azuladas se fueron las palomas.
Secos están los cauces en los altos arroyos
en los pozos se aquietan las aguas de la noche.
La alondra con el alba no sale hasta el camino.
Miras caer el fruto desde el árbol y ves que no germina.

Deshabitado el pecho
miras al hombre, cerebral
y aséptico y ajeno, sin poder explicarse
toda la luz que ofrece el universo.
Miras al hombre examinar su pecho,
fríamente su pecho,
avanzar por los sueños no soñados,
calcular las palabras que quedan por decir ,
y hacer suma total y levantar el acta
de todos sus vacíos.

Miras al hombre en su afán resistirse,
orgulloso y erguido en sus deseos
y todopoderoso,
para ser al final la hoja última
en la rama más alta del aliso
que un momento titila con el aura
y después cae y se pudre con toda la hojarasca de la tierra.

"Tu mano, y paseemos"

miércoles, 18 de agosto de 2010


8

«Tu mano, y paseemos»

La arena es luz humilde,
ofrenda de la piedra, venida de los mares,
de los altos arroyos.
Es primavera y fluye
si tus pies la caminan,
si la acogen tus manos.
O acaso sea tiempo desgranado en instantes
por el interminable reloj del universo.

¿Es piedra que se pudre una vez fenecida
y en polvo se transforma?
Dura matriz sombría de la nada
tal vez sea la piedra,
y desde ella se alumbren
parsimoniosamente arenas que no cesan.

Qué importa la respuesta.
Dame, dame tu mano, mujer, y caminemos.
Descalzos caminemos por las playas del mundo.

Al hombre que cavila

martes, 17 de agosto de 2010


Al hombre que cavila
a solas con su espejo, con su rostro,
una mano lejana le llama en la memoria,
le hace volver atrás, doblar la esquina,
y le convoca a días ya vividos.

A solas con su rostro en el espejo,
al hombre que cavila
se le disuelve el tiempo y la memoria.
Así el humo de aquel antiguo tren
que ocultó los urgentes
pañuelos del adiós.
Así la lluvia, el vaho en los cristales,
el polvo y la hojarasca.

Así la niebla que borra los caminos
y cerca al que camina.
Y no podrá encontrar señales en su vuelta.
Señales como el humo en los tejados,
la marca por el árbol
o alguna piedra erguida.

Ya todo consumado,
con su rostro se queda en soledad
y nada al otro lado del espejo.

Ballade des amants à la tombée du jour

lunes, 16 de agosto de 2010


Traduction: Jean Dif

Le lent après-midi décline des huppes.
Comme sa crinière,
où chante dissimulée
l'alouette depuis l'aube
pour effrayer la nuit;
comme baissent les vallées
saturées de fleurs de lavande;
comme l'ombre longue de la tour
qui sur la place progresse.

Tu entends ses pieds nus sur la berge.
Tu sens son ombre ardente
dans les lumières tombées
du rouge crépuscule.

Comme un vent d'abeilles,
tu entends la sève lentement nourrir
le feu de la main qui te cherche
et tu écoutes sur les lèvres
les champs de blé de juin qu'agite une brise de coquelicots.

La peau aimée, le temps arrêté,
la lumière d'or sur les hautes branches,
les doux yeux clairs,
les airs et les cheveux,
la parole obscure
au fond de la rivière
et son silence.

La joue livrée,
la vallée solitaire
qui descend avec la rivière,
les pierrailles blanches
sous le chant de l'eau claire...

Mais, en touchant ses épaules,
du dos s'élève
une colombe triste.

Et c'est la nuit.

Balada de los amantes al caer la tarde

sábado, 14 de agosto de 2010




Baja la tarde lenta de abubillas.
Como su cabellera,
donde canta escondida
la alondra desde el alba
para espantar la noche;
como los valles bajan
cargados con las flores del espliego,
como la sombra larga de la torre
que avanza por la plaza.

Sus pies desnudos en la orilla oyes,
hueles su sombra ardiente
en las luces caídas
del rojo atardecer.

Como un viento de abejas,
oyes la savia lenta alimentando
el fuego de la mano que te busca
y en los labios escuchas
los trigales de mayo con brisa de amapolas.

La piel amada, el tiempo detenido,
la luz de oro sobre las ramas altas,
los dulces claros ojos,
los aires y el cabello,
la palabra oscura
en el hondón del río
y el silencio de ella.

La mejilla entregada,
el valle solitario
bajando con el río,
las piedrecillas blancas
debajo del cantar del agua clara...

Pero, al tocar sus hombros,
de la espalda se alza
una paloma triste.

Y es la noche.

(De Noche¸ IX Premio Internacional de Poesía «Antonio Machado en Baeza»,
Madrid, Hiperión, 2005)

Piedra bebemos

jueves, 12 de agosto de 2010


5

«con este dulce soplo
que triunfa de la muerte y de la piedra»
A. Machado

Piedra bebemos en la delgadísima savia de los musgos.
Porque sabed que es humana la piedra con su musgo
y se vuelve más tierna
por el mínimo jugo con que fluye en el tiempo
y sale de su invierno detenido,
camina con los meses
y cruza los solsticios,
la mañana -¡tan fresca!-
de San Juan.

Entrad todos conmigo

miércoles, 11 de agosto de 2010


1


Entrad todos conmigo en este bosque,

porque en sus musgos tibios

acariciar podréis la suave axila

de nuestra madre tierra y su prohibido sexo.




Dejad rodar las piedras,

ya que vida es caer -así en los sueños-

por un espacio en sombra hasta un valle sin agua

que nos vuelve a sí mismo como un pozo

al fondo de este bosque.




¿Alguien está gritando nuestros nombres?

Sólo un amargo otoño nos rodea

y nos reúne el frío

en su hosco noviembre.




Y si la piedra cae hasta un interminable precipicio

-me refiero a la piedra donde nadie quedaba

a reposar su cuerpo-

y si el otoño avanza y caen las hojas

y llega su diciembre,




sabed: nadie nos llama al fondo de este bosque.

La Lluna tien una llebre



Realización: Pintar-Pintar

Amargo es el amor en las ausencias


Francisco Álvarez Velasco

Ahora que este desierto me crece por las manos,
dónde tus ojos dónde,
tu boca dónde,
si trepan los silencios...

Y dónde tu rincón
de sombra, amor,
para buscar el mar,
por donde el agua estará sonando
y mueve las arenas y muere en las arenas.

Allá mi mano llega,
amor, y el mundo se me escapa.
y queda sólo salobre huella, tacto frío.

O vaciar día a día





Las ínsulas extrañas

Francisco Álvarez Velasco





3
  
O vaciar día a día
el hondo vaso amargo,
el vaso de este tiempo medido hasta los bordes, 


o bajar a la suave
tibieza de tus sitios umbríos y esperar
que remanse el galope
como una intensa lluvia
de sangre hasta las sienes insaciables.

Porque es cierto que nunca,
nunca podré tenerlo,
si traspaso este instante,
este borde impreciso de la dicha. 

Oráculo contra la ciudad














Un árbol vive y puede pero no clama nunca
ni a los hombres mortales arroja nunca su sombra
V. Aleixandre: MUNDO A SOLAS

Ignora la ciudad el olor del caballo,
desconoce la piedra y la hoguera y el agua
y el viento de la noche que en los árboles nace
junto a llantos antiguos de caballos oscuros
que los musgos apagan.

Compadeced al hombre por este espacio duro
donde sufre y no sueña, encerrado en un tiempo
de aristas de aluminio.
Para el hombre piedad,
porque ya nada sabe de la sombra del árbol,
del pájaro en su nido, de la piedra con musgo.
Y piedad para ése, que la luz de neón
confunde con la luna.
Compadeced al hombre
que se muere y no supo de la brisa del alba,
no supo de la luz rosada del aliso que la garlopa lame.

Pero yo, vuestro hermano, os pronuncio este oráculo:
Algún día los bosques cercarán la ciudad.
Nuevamente el cemento será roca, y arena
del arroyo el cristal, ya por siempre en la rueda
del tiempo. y las aceras, sendas del leñador
hacia el claro del bosque, donde está hoy esta plaza
sin brisa y sin palomas, sin la sombra del árbol.

Memoria del bosque


 Memoria del bosque

Francisco Álvarez Velasco



Ya viene la blanca niña,
ya viene la niña blanca
al pie de la fuente fría
que por el oro manaba
(Romance de la Danza Prima)


En la lenta memoria de este bosque
de corazón plural, común a tanta vida
de líquenes y musgos,
denso perfume del laurel sagrado,
hojas tiernas de mayo,
o ramas neblinosas del invierno,
se han perdido las sendas por donde el hombre iba
y la choza en el claro no encuentra el peregrino,
y la yedra ha escondido las letras amorosas,
las que ciñen las limpias cortezas de abedules.

Hay, en cambio, una fuente
lustral y clara y fría,
esa que suena insomne y recuerda la historia
de aquella blanca niña.

La palabra de un hombre hace visible lo real


LA PALABRA DE UN HOMBRE

HACE VISIBLE LO REAL

Francisco Álvarez Velasco




La paraula d´un home fa visible el real


Pere Gimferrer


Porque si dices árbol
hay uno que se yergue
al lado del camino,
y el árbol se nos puebla de pájaros y tiene
rayos de luz y brisa verde y lenta
de oro en esta tarde.

 Y hasta su tronco un hombre
llega por el camino,
y su sombra se funde con la sombra del árbol

En la noche del bosque





 

Desmoronadas yacen las palabras comunes 
por una blanca página ofrecida al silencio. 
Cuando el día se borra, vuelve atrás 
la memoria vacía
y camina en renglones ya sin signos.

Bajémonos del monte, que arriba está la bruma, 
está la piedra dura, está la hierba amarga, 
está la costra vieja de la tierra.
Arriba está la orilla de la nada.
Y salpican los densos goterones del olvido.

Es amarga la cumbre y es estéril.
Sólo para la brisa o algún caballo antiguo 
o para la lengua áspera
(esa lengua no humana de la vaca
que va lamiendo el mundo por las cumbres) 
se alza el pubis azul de aquellos cardos.

Hermosas amanitas de la muerte brotarán por el bosque.
Estarán marcando ahora
el corro sigiloso de los sábados, 
ofreciendo su aliento seminal
y nívea carne virgen
para una última cena que nos abra las puertas. 
Sólo quedan los bosques. No queda otro refugio. 
Que golpee las puertas su latido terreno 
y nos las abra.
Y unidos descendamos la ladera brumosa,
de espaldas a los dioses de la cumbre:
en lo hondo del valle está la luz y la común hoguera 
que nos congregue en círculo.

Sobre el oscuro arroyo de la noche 
ven a tender tu cuerpo,
un puente que me lleve a la otra orilla.





Mujer contra la muerte

Del viejísimo jugo de la tierra

Las ínsulas extrañas

Francisco Álvarez Velasco






La llamarada azul de la mañana

por tus ojos. Y un jugo de continua

primavera en el fruto partido de los labios

que a la vida me invitan.



Me invitan a la vida. Sin embargo,

noviembre entre los chopos

todo un río amarillo camino de su muerte.

La senda que llevamos va llena de señales

de un tiempo glorioso como el nuestro

(el que juntos gozamos

y hoy ya desmoronado como tapias de adobe).



¿Me salvarán tus ojos? ¿Me salvaré en tus labios?

Me salvaré en tus ojos

si miras en el árbol

y encuentras las señales

del ritual misterioso de un tiempo que retorna.

Me salvarán los labios, si en tus labios florece,

como el hierro en la fragua con fuego destellante,

la ardiente rosa roja contra todo el invierno.

Tal vez puedas salvarte






6


Tal vez puedas salvarte

si hoy por tu espejo vienen

bandadas de palomas que marcaron

linderos a la infancia

y campanas que fluyen

en altos campanarios

y nos convocan, llaman, están llamando a fiesta.



Cruza, en cambio, una niebla repleta de presencias ignoradas

con el espeso espanto del insomnio.

Y detrás de esta niebla,

otra niebla te llega sin orillas.



Tal vez puedas salvarte

si encuentras los caminos

y otro mundo detrás de los espejos

con mares, playas, islas.

Hay otra vida acaso en ínsulas extrañas

donde estés tú tendida para siempre.

Toda la luz del mundo

Del viejísimo jugo de la tierra



Las ínsulas extrañas

Francisco Álvarez Velasco



5

  
Toda la luz del mundo junto a tu vientre estaba
y allí pude salvarme,
salir de los naufragios.
Venía brisa fresca de algún alba lejana.
La noche sin resaca, cerrada en sus linderos.
 
Era el paso del tiempo
el paso milenario del mármol cuando fluye.
No de otro modo el río
subterráneo se alza
por el pozo y se asoma
al espejo curvado de los cielos azules.
 
Toda la luz del mundo. Y hoy me quema el recuerdo.
 
Bajo lunas efímeras, bosques, sombras, espumas,
altas estrellas claras,
recorría tu cuerpo palpitante y tendido
como ardiente centeno luminoso,
como árbol que cae y sigue floreciendo.
 
Fuiste después arroyo fugitivo.
Hoguera de luz vívida, destellabas remota,
ocaso al rojo vivo de la tarde.
Era yo el caminante y nunca te alcanzaba.
Silenciosa, intangible te alejaste  
por la turbia hojarasca de mi insomnio.
 
Toda la luz del mundo. Y hoy me quema el recuerdo.


Toda la luz del día

Del viejísimo jugo de la tierra




9



Toda la luz del día se aquieta en los espejos.

Detrás de los cristales

ese mundo que gira (de qué siglo a qué siglo)

con su viento sacude las ciudades lejanas,

los trigales de mayo.



Y golpea su lluvia los espesos postigos del silencio,

las esquinas amargas,

la hierba en los escombros,

o la suave tibieza de los nidos de alondra,

o aquel dulce volar

ayer vivo y azul de la luz en tu cuerpo.



Te sueño en ese mundo, y te busco en su tiempo.


Canción 36






Canción 36

No salgas de la noche

porque sucede a veces que de un sueño

se parte hasta otro sueño

en que verás arder la hoguera que nos junta.


Otro sueño en que bebo, estoy bebiendo

la limpia luz del alba

en tu cintura, toda

la luz de los ocasos.

Y mana el agua pura.


Abre la puerta ya para ese mundo

donde suaves fluyen las llamas y la brisa,

la hiedra por los árboles,

y mana el agua pura.


Y la vida es total y fluye para siempre,

como va y como viene

por la playa la espuma,

como caen

los más altos arroyos de la nieve,

o sube hasta nosotros un continuo

brotar de violetas,

como fluye ese vuelo incesante

del bando de palomas hacia el alba,



oh, tú, mujer que vas por ínsulas extrañas

en la noche más clara de tu cuerpo,

do mana el agua pura. 

Nana para Luna




En las nubes el viento,
en los montes la lluvia,
en la noche la sombra,
en tu cara la luna.

Duérmete, ea,
que ya se calla el viento
para que duermas.

De la peña al arroyo
--culebrilla de plata-,
del arroyo los juncos,
del arroyo las ranas.

Al arroyo la luna.
Entre las piedras claras
y los peces oscuros,
las moneditas blancas.

Duérmete, ea,
que las ranas se callan
para que duermas.

Del arroyo al molino,
molinera del alma,
con los trigos morenos,
las harinas más blancas.

En el horno la leña
se abre en flores de fuego.
En la artesa la harina
es un monte creciendo.

Duérmete, ea,
que las llamas se callan
para que duermas.

Duérmete, Luna, duerme,
que cuando llegue el alba
en la mesa te espera
una hogacita blanca.

Autopsia




Alguien le abrió los ojos,
y en su interior había:
luces de amanecer, lentos trenes del alba,
un árbol con su sombra,
la hojarasca de otoño,
un rostro ante el espejo,
la escarcha en los cristales,
unos labios abriéndose,
otros ojos mirando...