Piedras de río

martes, 30 de noviembre de 2010

Cantaban con el alba.
Y eran plata, relumbres,
fuego puro con la luz de la tarde.
Ahora suenan y suenan al fondo de mi insomnio
con su rodar -¡tan grave!-
movidas por las aguas de la nada.

Y el viento negro arruga
las láminas del agua.

En la noche del bosque

miércoles, 10 de noviembre de 2010


Desmoronadas yacen las palabras comunes
por una blanca página ofrecida al silencio.
Cuando el día se borra, vuelve atrás
la memoria vacía
y camina en renglones ya sin signos.

Bajémonos del monte, que arriba está la bruma,
está la piedra dura, está la hierba amarga,
está la costra vieja de la tierra.
Arriba está la orilla de la nada.
Y salpican los densos goterones del olvido.

Es amarga la cumbre y es estéril.
Sólo para la brisa o algún caballo antiguo
o para la lengua áspera
(esa lengua no humana de la vaca
que va lamiendo el mundo por las cumbres)
se alza el pubis azul de aquellos cardos.

Hermosas amanitas de la muerte brotarán por el bosque.
Estarán marcando ahora
el corro sigiloso de los sábados,
ofreciendo su aliento seminal
y nívea carne virgen
para una última cena que nos abra las puertas.
Sólo quedan los bosques. No queda otro refugio.
Que golpee las puertas su latido terreno
y nos las abra.
Y unidos descendamos la ladera brumosa,
de espaldas a los dioses de la cumbre:
en lo hondo del valle está la luz y la común hoguera
que nos congregue en círculo.

Sobre el oscuro arroyo de la noche
ven a tender tu cuerpo,
un puente que me lleve a la otra orilla.